martes, 3 de agosto de 2010

LECCIÓN DE ARQUITECTURA

31 de Julio




Hoy vamos a ver uno de los edificios que más me llamó la atención el año pasado: el JÜDISCHES MUSEUM (Museo Judío). Arquitectónica y museísticamente un prodigio.

Esta maravilla, de zinc en su exterior y hormigón en el interior, fue diseñada por el arquitecto Daniel Libeskind. Se accede a través de un antiguo edificio con grandes controles de seguridad. Tal es así que al pasar mi mochila por el escáner algo les llamó la atención y me hicieron abrirla, para su asombro desfilaron desde la mochila un spray de crema protectora del sol, lápices, una caja con una docena de llaves de distintos tamaños para arreglar la bici y una enorme llave tipo tenaza. A todo eso yo estaba intentando quitarme un cable que por dentro de la camisa, me hacía de auriculares. Un número, vamos.

Una vez dentro pasamos a una zona de transición entre el viejo y el nuevo edificio, en él una serie de pasillos, que relatan retazos de la historia judía de la época nazi, se cruzan y nos dirigen a salas multimedia. Una sala (la torre del Holocausto) que recuerda a los crematorios en la que te encierran y la única luz que aparece viene de una pequeña grieta en lo alto de un muro de unos 15-20 metros. Otro camino nos presenta, en el exterior, ante el jardín del Exilio: un espacio con unos 25 bloques de hormigón de alrededor de 10 metros de alto coronados con un olivo cada uno y presentados sobre un suelo inclinado de cantos rodados , lo que hace que al entrar en él te sientas desorientado y mareado. Impresiona. Tiene hasta salas vacías a las que no se puede acceder para representar, expresar, la ausencia.

Tras un largo pasillo nos encontramos con la enorme escalera para acceder al museo. Hay que empezar desde arriba y así ves toda la historia con su sentido, yo las dos veces que he ido siempre lo he visto comenzando desde abajo, en sentido contrario, tu no lo hagas que es mejor.
Todo el museo está muy bien concebido y didácticamente el magnífico. Al acabar vete a la cafetería y de ahí al patio trasero que es un remanso de paz con sus mesitas, sillas, pérgola que te protege del sol y hasta unas hamacas rojas que el año pasado me sirvieron para echar una siestecita.

Por la noche y como a las 24,00 comenzaba mi cumple, decidí pasarlo en el parque del Tiergarten en los chiringuitos de al lado de la Embajada Española.





Unas cervecitas y una buena cena culminaron con un castillo de fuegos artificiales que trajo Paul y que nos valió más que un toque de atención.



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